
La carretera entre Boal y Vegadeo fractura de forma irreversible el paisaje tradicional de la localidad de Rozadas. Esta pérdida se nos antoja absurda, triste y dolorosa y solo podemos entenderla como una muestra mas del talante insensible, obtuso y caciquil de las administraciones implicadas que han impuesto su criterio por encima de los vecinos y del sentido común.
“La cultura de los pueblos se mide por el amor a sus árboles”, dice el proverbio. De acuerdo con esto, el pueblo de Rozadas esta dando estos días una lección de educación y cultura y todo un ejemplo de cordura, ofreciendo alternativas y defendiendo sus tejos familiares frente a quienes pretenden imponer la barbarie y la sin razón.
Parece necesario explicarlo de nuevo. El paisaje de pueblos como el de Rozadas y muchos otros de Asturias y otras regiones de Europa, tuvo como signo de identidad y distinción, la presencia de estos tejos que durante todo el año, pero especialmente cuando los demás árboles se desnudan, protegían las casas y los prados del frío y del calor, del viento y de la lluvia y resaltaban majestuosamente en el paisaje invernal como verdaderos guardianes de los edificios y cultivos. La cultura del tejo fue tan honda que se plantaron estos árboles al nacimiento de los niños, o en el momento de la construcción de los edificios, convirtiéndose así en almas gemelas de los paisanos y sus caserías y transmitiéndose como un legado de valor inestimable y siempre creciente a las generaciones sucesivas. Cada uno de estos árboles guarda la memoria del abuelo, bisabuelo o tatarabuelo que lo plantó y por ello se respetaban y contemplaban con orgullo, afecto y familiaridad. La antigua costumbre de enterrar a los vecinos de toda la parroquia en las inmediaciones del tejo, explica también la veneración que inspiraron estos árboles de cementerio o iglesia a cuyo alrededor se reunía la asamblea o “conceyu” de vecinos.