martes, 13 de septiembre de 2011

LOS HOMBRES QUE NO AMABAN A LOS ÁRBOLES




Cuando el 24 de agosto, cayó el viejo roble de San Lázaro en San Roque del Acebal (LLanes – Asturias), cayeron siglos de historia de un robledal del que éste ejemplar era el último testigo. Se ha especulado desde entonces si fue ayudado a caer porque pudiera estorbar en los trabajos de la Autopista del Cantábrico que se desarrollan a 50 metros del árbol. No me atrevo a dar un diagnóstico concluyente, pero después de ver cómo van cayendo los viejos, uno tras otro, siempre antes de tiempo, víctimas de todo tipo de maltratos y barbaries de quienes no pueden entender estos gigantescos ejemplares más que como un estorbo para sus planes y proyectos, es difícil no pensar de nuevo en el género humano como verdugo de esa mole de madera y ramas que hoy yace desparramada en un prado.
Recientemente se había incluido en un catálogo de “Árboles singulares del concejo de Llanes”, sin duda por méritos propios. Pero en vista de lo que sucede con este y otros árboles como los declarados Monumento Naturales en Asturias, se diría que estos inventarios se hacen para ir tachando poco a poco los que caen, como digo “antes de tiempo”, pues aunque siempre haya quien encuentre causas naturales como el viento o la lluvia, casi siempre podemos encontrar las verdaderas causas, a poco que indaguemos en la historia reciente de cada ejemplar.
Lo primero que llama la atención a quien quiera visitar los restos, es que justo en la base, las raíces tienen restos de madera y corteza carbonizados y aún huele a chamusquina como si se tratara de un fuego reciente. En el lado norte, pueden verse unos ladrillos macizos semienterrados justo al lado del tronco, cuya finalidad no conocemos pero que en todo caso debieron cercenar hace ya años importantes raíces, como las que pueden verse podridas en el sistema radicular, bastante escaso para un árbol de éste tamaño. Pero lo que es difícil de entender es que a 50 metros una máquina pilotadora esté excavando los profundos cimientos que servirán de base a las columnas de autopista que se están construyendo allí mismo y que las obras discurran a tan nimia distancia con todo el trasiego de monstruosas maquinarias: apisonadoras, camiones, excavadoras… que sin duda han contribuido en gran medida a acelerar el fin de este auténtico gigante.
Quienes lo conocimos y visitamos en vida, no podemos dejar de sentir, a través del árbol, el fin de toda una era. Fernando Fueyo, el mejor pintor de árboles que conozco, me confesó desolado que durante décadas contempló y fue presentando el roblón a sus amigos con el orgullo de quien ha descubierto un nuevo mundo. Desgraciadamente abundan los hombres que no aman a los árboles y siempre encuentran alguna justificación para su caída. “Llovió toda la tarde”, escuché decir a un paisano como explicación del fin de un árbol que vivió decenas de miles de lluvias. No sé si hay un culpable que haya procurado el derrumbe del coloso con malas artes, pero lo que sí está claro es el absurdo de todo lo que ha ido sucediendo alrededor de este roble hasta llegar al punto de construirle una autopista adosada. Quizá, pensarán de nuevo los hombres que no aman a los árboles, ha decidido tirarse.
Pero en la cultura de los lacandones, gente que sí quiere a sus árboles, se cuenta que cuando el dios Hach akyum hizo el cielo y la tierra, sembró al mismo tiempo estrellas y árboles y desde entonces cuando cae un árbol, una estrella cae en el cielo. Todo está unido en la tradición lacandona, según contaba el líder Chankin Viejo y cuando caiga el último árbol los dioses no tendrán más alimento.

2 comentarios:

FITO dijo...

Hola Ignacio:
impresionante y lamentable, sin ninguna duda, mentiría si te dijera que me gustaría verlo para sacar conclusiones, pero la verdad es que es para llorar. como dice un amigo mio los arboles son como las personas,no todos se mueren de viejos.

Anónimo dijo...

Qué vacío y tristeza al leer estas líneas. Jamás conocí ese roble, pero lo siento muchísimo... así nos va en este país, que no respeta ni los regalos de la naturaleza...

Laura