lunes, 9 de marzo de 2009

LAS CUATRO ESTACIONES DE FRAY MENTHASTRO





1 Cuando en la primavera de su vida le fué encomendado el cuidado del huerto y el pequeño jardín de medicinales, Fray Menthastro no cabía en sí de gozo. Prosperaron las hierbas y las hortalizas, en el claustro trepaban exuberantes enredaderas y florecía el hisopo en las grietas de las paredes... Sin embargo, pronto comprendió que los altos muros que rodeaban el convento, protegían excesivamente las plantas, hasta el punto de axfisiarlas. La falta de cielo y luz se le antojaba enfermiza. Las pequeñas hierbas tenían un aspecto pálido y amenudo crecían sobre tallos débiles y ahilados; los ajos y las cebollas mostraban una marcada tendencia a subir y florecer tempranamente y Fray Menthastro se preguntaba si evidenciaban las plantas los mismos síntomas de la vida monástica, aislados del mundo circundante,-pensaba - nuestros ojos miran siempre hacia el cielo pero, fuera de aquí no resistiríamos el mas leve empuje del viento y por nuestras venas no fluye la savia de la vida.


2 A los 33 años obtuvo el primer permiso para salir del convento. Una vez por semana, dejaba la fértil vega del monasterio y ascendía el camino polvoriento y empinado hasta el pueblo. Incluso el borrico -murmuraba el fraile mientras el animal triscaba aquí y allá las hierbas de la cuneta-, incluso él encuentra aquí mejor pasto. Y la luz le parecía más radiante y verdadera, el aire más libre, las plantas vigorosas, los hombres y las mujeres, vivos y alegres.


3 Tenía ya pelo cano y arrugas profundas cuando comenzó a comprobar que las hierbas del bosque y la montaña eran ricas en esencia y poseían mayor virtud curativa que las de tierra abajo. El viento y el frío las dotaban de raíces profundas y poderosas. Jamás espigaban antes de tiempo ni eran endebles y consentidas como las del claustro. Creyó ahora que su propia vida había sido demasiado regalada y su espiritualidad grandilocuente y vacía a la vista de los rudos pero sencillos leñadores y pastores que ahora frecuentaba.


4 Acababa de cumplir 99 cuando lo encontraron tendido muy cerca de la cima más alta. Recostado sobre la blanda nieve, parecía mirar aún un grupito de narcisos que horadaban el blanco. Una sonrisa beatífica iluminaba su rostro. Fray Eulogio, su íntimo amigo, sonreía también mientras le daba sepultura en el cementerio, el huerto más fértil y umbrío del convento. Allí las ortigas y las tiernas nomeolvides siguen creciendo a su antojo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

«Un hombre se convierte en sus sueños»
Fragmento de un diálogo de la película Buho Gris de Richard Attenborough

Anónimo dijo...

Taller de cuentos: el ciprés

“Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama por encima de todas las maravillas del espacio circundante, a la luz jubilosa - con sus colores, sus rayos y sus ondas, dulce omnipresencia al despuntar el alba?” Novalis. Fragmento de De Los discípulos en Sais. Tomado de http://domiarmo.iespana.es/index-111.htm

El ciprés, tres veces centenario, había encontrado una vida sencilla y felíz en el viejo monasterio, para él no existía gran diferencia entre vivir y crecer rodeado por los muros del claustro a hacerlo entre las paredes de roca de la serranía cercana. Su natural era alzarse hacia el sol y en ello volcaba todo su empeño.
El viento azotaba con fuerza su copa, que sobresalia imponente sobre el edificio, haciéndole esparcir su rumor de hojas sobre los pequeños seres humanos que pasaban bajo él atareados o ensimismados en sus letanías. Sólo un viejo monje, tres veces más joven que él, le contemplaba en silencio mientras pensaba para sí: ”parecería que todo el monasterio hubiera sido construido alrededor de este viejo ciprés” y en ese preciso instante tuvo la impresión de que hasta el murmullo de la fuente en el centro del patio le daba la razón.
El tiempo pasaba lentamente y el silencio iba bañando los muros con su luz mientras los jóvenes monjes, segundones de una aristocracia venida a menos, fantaseaban con un mundo que sólo conocían a través de las pequeñas ventanas de las edificaciones anexas o de las fabulosas historias que los peregrinos narraban a la luz del fuego.