miércoles, 20 de diciembre de 2017

LA CIUDAD DECONSTRUIDA

He visitado la gran ciudad en la que todos somos extranjeros y hay muchos más policías que jardineros. Unos árboles heroicos sobreviven. Se diría que han sido hincados en sus ínfimos agujeros de tierra apelmazada, triste y muerta. He visto y admirado los grandes museos y sus grandes obras, el Madrid de los Austrias y el de los Borbones, los edificios emblemáticos, los monumentos pomposos y mayestáticos… pero entre tanta cultura y tanto arte sin duda lo que más me ha sorprendido y alimentado ha sido un simple alcorque okupado en Lavapiés: La calle Argumosa bullía con grupos de todas las razas y lenguas y celebraba su fiesta castiza de San Lorenzo y de pronto, en mitad de la acera y de kilómetros cuadrados de pavimento todo alrededor, vimos un alcorque lleno de vida. ¡Suelo vivo y cultivado! Una ventana a la Ttierra. Como un milagroso oasis brotando en pleno desierto. El huerto lo forman unas pocas acelgas, unos tomatitos y un retoño de árbol pugnando por crecer. El rudimentario sistema de riego es una simple garrafa atada a una señal y cualquiera puede donar como hicimos nosotros un poco de su agua vertiéndola al pequeño aljibe. Seguimos caminando calle abajo y de pronto, desembocamos en la avenida y al doblar la esquina apareció un edificio metálico y desorbitado. Habíamos vuelto al Madrid megalómano y faraónico donde todos volvemos a ser extranjeros. Una y otra vez hemos vuelto a hablar de aquel huerto mínimo y minimalista, de autor anónimo. No sabemos nada de sus intenciones, pero en mitad de la nada, este espacio vivo y resistente se nos antoja toda una metáfora de la vuelta a la Ttierra.

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